Sentir, pensar y hacer de forma diferente - Desarrollamos organizaciones y personas

Contaban que el chico jamás había articulado más de dos palabras seguidas. Todos en su familia y en la aldea pensaban que se trataba de alguna extraña enfermedad venida de occidente. Para su cura habían probado todo tipo de mejunjes, pócimas y brebajes. Encantadores de serpientes y domadores de fieras lo habían intentado incluso, pero siempre con el mismo resultado: el chico no hablaba.

Esto le comentaron al viajero, que de paso por aquellas tierras hacia las tierras del norte, había realizado parada y fonda en la aldea tras varios días durmiendo al raso. Aunque cansado, pero sintiendo una gran curiosidad por conocer al muchacho, el viajero solicitó poder hacerlo. Junto a una fuente, embocando la calle principal de la aldea y por un camino empedrado que salía a la derecha, lo encontraría, como siempre a esa hora, sentado y solitario mirando hacia las montañas. El viajero se encaminó hacia el lugar indicado y los aldeanos, entre rumores, lo vieron alejarse.

Pasó una hora, pasaron dos y hasta tres horas. La tarde prácticamente había cedido su espacio a la noche y aquellos que indicaron al viajero y otros muchos que se sumaron por el camino, anduvieron ligeros preguntándose qué posible infortunio podría haberle sucedido a éste para que no regresase a dar descanso a su cuerpo. Cuando llegaron junto a la fuente, todos, absolutamente todos, frenaron su paso ante la visión que se les ofrecía delante de sus ojos: el viajero, sentado junto al muchacho, escuchaba alegre y divertido lo que éste le estaba contando: una tras otra las palabras salían de su boca, en perfecta armonía y cadencia, componiendo una melodía extraordinaria de palabras y expresiones, todas bellísimas, que algunos jamás habían escuchado.

 

Así, quieto, absorto y ensimismado, permaneció el gentío observando y escuchando lo que ambos conversaban sin que aquellos notaran su presencia.

Mucho rato después, de entre los aldeanos surgió la madre del muchacho y con los ojos humedecidos buscó la mirada de su hijo. Éste la encontró y solicitando permiso al viajero se dirigió hacia ella: “Madre –le dijo- tengo hambre. Creo que es hora de cenar. Tengo mucho que contarla”.

Cuando se alejaron, todos los demás se dirigieron expectantes hacia el viajero. “Ha obrado usted un acto maravilloso, señor. Díganos, ¿Cuáles son sus poderes?, ¿Qué don le dio la naturaleza para hacer lo que hizo?”.

“La verdad –dijo tras un largo silencio –no creo que haya hecho nada que pueda considerarse como extraordinario o mágico. Simplemente me acerqué al muchacho, me senté a su lado y le pregunté que había de especial en este lugar para que acudiera todos los días a la misma hora. El chico permaneció un buen rato en silencio durante el cual yo no dije nada y luego me miró y me susurró: quédate conmigo y mira, escucha y siente. Y eso hice: compartí con él, en silencio, este hermoso paisaje, escuchando el canto del mirlo y sintiendo el viento en nuestro rostro,…luego comenzamos a hablar.”

¿Entonces- sentenciaron varios aldeanos al mismo tiempo- sólo le preguntó y él de repente empezó a hablar como por arte de magia?”. “No –respondió el viajero – lo que realmente hice fue escucharle, escucharle con respeto y muy atentamente. Estos fueron mis poderes y no otros”.

 

 

Cuento de Antonio Milara, Coach Ejecutivo profesional CORAOPS, V promoción

Comentarios (2)

  1. Beatriz

Muy bueno, enhorabuena Antonio!!
Saludos
Bea

 
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